martes, 25 de mayo de 2010

SERIAL MIGUEL HERNÁNDEZ. CAPÍTULO 5. EL CAUTIVERIO

La última etapa de Miguel fue un cúmulo de despropósitos que convirtió su existencia en un auténtico calvario. Al desánimo personal (su primer hijo, Manuel Ramón, había muerto en otoño de 1938) se unía el desánimo colectivo (la guerra estaba prácticamente perdida, y el miedo a la muerte y a la represión era más que patente). Es una época de amargura, tan sólo aliviada por la noticia del nacimiento de su segundo hijo, Manuel Miguel.
Su vía crucis personal comienza cuando, finalizada la guerra, intenta escapar a pie por la frontera portuguesa. Es detenido y llevado a la comisaría de Rosal de la Frontera, su primera cárcel. Miguel sufre vejaciones, humillaciones y torturas, e inicia un recorrido carcelario que le lleva a las prisiones de Huelva, Sevilla, Torrijos (Madrid), Orihuela, de nuevo Madrid, Palencia, Ocaña y Alicante. Miguel es condenado a muerte, y posteriormente se le conmutó la pena por la de 30 años de prisión.
A esta etapa pertenece su “Cancionero y romancero de ausencias”, un conjunto poético marcado por la amargura, la soledad y el intimismo. En cautiverio, Miguel escribe hermosísimos poemas, como “Nanas de la cebolla”, dedicado a su hijo, y, a pesar de las tremendas penalidades físicas, mantiene una integridad personal y una dignidad moral dignas de elogio (una simple carta de renuncia de sus convicciones políticas y de adhesión al nuevo régimen le hubieran permitido salir de la cárcel y recibir tratamiento médico en un sanatorio). Miguel fue consciente en todo momento de su agonía, y así lo confesó pocas horas antes de morir a su amigo y compañero de cárcel Luis Fabregat Terrés: “Mira Luis, yo sé bien por donde va la procesión”.
Miguel Hernández murió el 28 de marzo de 1942 producto del rencor y del olvido.